ROOMS Nº6. BANGKOK

 

6.    BANGKOK

 

  La vida me ha llevado hasta la ciudad de Bangkok en varias ocasiones. En una de ellas descubrí un pequeño hotel junto al río, muy tranquilo, de precio imposible en cualquier otra ciudad, y lo que es mejor, con una estupenda terraza sobre el río para ver los atardeceres con una cerveza, muy cerca del área por donde me movería durante mis días allí. Ya van dos veces en las cuales me he alojado en este hotel.

 Este relato, en parte, y más extendido, ya lo conté en mi libro “El año del conejo”. También es una anécdota muy parecida a otra que viví y sufrí en la ciudad de Ámsterdam, muchos años atrás de esta.

 Conociendo las bondades del establecimiento hotelero, en mi última visita no dudé en reservar habitación en el mismo. Llegué un poco demasiado pronto, pero tras una breve espera pude acceder a mi habitación. Bangkok es una ciudad tremendamente calurosa y en la habitación no puede faltar el aire acondicionado. Lo encendí y permanecí quieto hasta que pasé verdadero frío, todo un placer, la verdad.

 Todos los días que estuve alojado tuve una relación un tanto, cómo diría, despegada con la recepcionista. Kathoy, perteneciente al tercer sexo en Tailandia, pero eso no tiene que nada que ver con su actitud con respecto a mí. Parecía que no existía para ella, jamás me miró a la cara, jamás movió los labios ni soltó sonido su boca para decirme lo pertinente en cada momento. Nuestros encuentros eran fugaces, yo siempre entraba saludando, ella, detrás del mostrador, ausente a mi presencia, jugando con el móvil movía la cabeza un tanto, o gruñía estirando el mentón; hablaba, y mucho, que la vi y escuché hacerlo con sus amigos y otros huéspedes, no tenía ninguna discapacidad sólo disconformidad para conmigo. Me trataba como si fuese el fantasma de la calle, que también lo había, ahora cuento.

 La encontraba con los pies sobre el mostrador y me saludaba con un gruñido, le indicaba que iba a coger una botella de cerveza de la nevera y movía la cabeza; el día que me fui, muy temprano, al ir a hacer el check-out me indicó que tirara la llave en el mostrador y me fuese, mientras dormitaba tapada con una manta sobre un sofá.

 Los tailandeses tienen muchas creencias y supersticiones folclóricas, que a nosotros nos parecen, cuando no, extrañas. Una de ellas es la de creer fielmente en los fantasmas, que ellos llaman Phi. Cuando me fui de Bangkok yo también comencé a creer en ellos.

 Todas las noches, cuando regresaba de tomar unas cuantas cervezas, en el callejón donde se escondía la entrada del hotel, me encontraba con una mujer mayor regando unas macetas. La primera noche cuando llegué la vi esconderse girando una esquina a unos diez metros de mí. Sin dar importancia al hecho entré en la recepción, subí a mi habitación y me dormí. Una mujer mayor que gira en una esquina en esta ciudad carece de significado para cualquiera. La segunda noche fue la primera en verla regar las plantas, algo normal, al saludar ella no contestó, nada del otro mundo.

 La tercera noche ocurrió lo siguiente: llegué un tanto borracho y bastante cansado, la mujer estaba allí, vestía las mismas ropas de siempre, permanecía en la misma posición, la regadera echando un hilo de agua infinito sobre las plantas, el callejón oscuro, solos los dos. Con más decisión intenté comunicarme una vez más con ella, no me devolvió el saludo, tal vez no me entendiese, continué hasta entrar al hotel, pero justo antes de hacerlo giré la cabeza, la mujer había desaparecido. Tampoco le di importancia. Son actos cotidianos, carentes de interés.

 Al caer sobre la cama me quedé dormido al instante. Y esto es lo que sucedió a continuación, como dije antes, tiene similitud con un hecho que ya había experimentado, y que cuento en el relato Amsterdam. Tal vez sea algo recurrente en las noches de hoteles dispersos por el mundo cercanos a los lugares de fiesta para turistas. Esto es lo que sucedió en mitad de la noche: (parafraseándome)

 “Dormía plácidamente, cuando comenzaron a llamar a la puerta. Me desperté, los golpes cesaron. Alguien que se ha equivocado, pensé. Pero los golpes regresaron, aún más fuertes. Me levanté de la cama y me acerqué a la puerta. Todavía estaba en un estado de duermevela, algo confuso con la situación. Aporrearon la puerta y comencé a preguntar quién era, quién era el gilipollas que llamaba a mi puerta. Los golpes cesaron, pero se empezó a escuchar un alboroto abajo, que subía por las escaleras desde la recepción del hotel. Escuché gritos debajo de mi ventana. Abrí las ventanas y me asomé: era una pareja de farangs, él tremendamente borracho arrastrando una mochila por los suelos, ella, menos borracha, pero igualmente en un estado lamentable. La kathoy, susurrándoles por favor bajaran la voz, acompañaba al dúo a salir del hotel. En la puerta se despidió de ella con dos besos, y regresó a la recepción. Cerré las ventanas, me dejé caer sobre la cama, y volví por dónde dejé el sueño.”

 Esta vez sí me atreví a salir de la cama y preguntar, no como en Amsterdam.

 Igualmente, esto no es entendible. A quién se le ocurre ir haciendo esas cosas, estés borracho o disgustado, no sé.  Espero que no vuelva a sucederme, aunque quién sabe, esto de elegir hoteles baratos y a dos pasos de los bares de copas es puro azar, los mismo aporrean tu puerta como un día la tiran abajo y alguien entra con la intención de festejar la vida teniendo relaciones sexuales con uno, o me cortan con una sierra eléctrica.

 La última noche en el callejón, cuando dejaba el hotel en busca de un taxi que me llevase al aeropuerto, lo primero la kathoy estirando el brazo entre las mantas, afuera ya, noche cerrada aún, una vez más aquella mujer mayor en la misma posición, regadera en mano vertiendo agua sobre las plantas. Caminé despacio hacia ella, a cosa de un metro de ella saludé y no recibí respuesta, continué andando, me giré al sobrepasarla, lentamente. Pude ver su inexistente rostro. Una bruma grisácea, como humo de puro en constante movimiento dentro de un bote era su cara. Tenía pelo, vestía ropa, zapatillas, pero su cuerpo era gaseoso, una nube negra. Me alejé de ella, de primeras no comprendí. Lo dejé pasar una vez más, había dormido poco. De camino al aeropuerto en el taxi recapacité acerca de ello.

 Si, era un Phi, un fantasma. Había leído sobre el tema. Me estremecí, la verdad, y a la vez estaba tremendamente emocionado.

 Aunque como dije antes, era muy temprano, todavía de noche, había dormido poco, un callejón oscuro, mitos, creencias, folclore, supersticiones…

 


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